Qué son las cepas APS (Active Probiotic Strains) y por qué importan.

Si estás algo familiarizado con los probióticos, seguramente ya sabes que hablamos de microorganismos vivos que, en determinadas cantidades, pueden tener efectos beneficiosos sobre tu salud. Pero lo que muchas veces no se explica con claridad es que no todos los probióticos son iguales, ni funcionan igual, ni están respaldados por la misma cantidad de investigación. Y aquí es donde entra en juego un término que cada vez suena más fuerte en el ámbito de la salud intestinal, oral o inmunitaria: las cepas APS, o Active Probiotic Strains. Aunque el nombre pueda sonar técnico, la idea que hay detrás es bastante fácil de comprender y muy relevante si te preocupa lo que consumes.

Qué implica que una cepa sea “activa”.

Cuando un producto probiótico afirma que contiene cepas activas, la cuestión está en qué significa exactamente “activa”. En este caso, no es solo que el microorganismo esté vivo en el momento de su consumo, sino que ha demostrado una actividad específica y medible en el organismo humano. Las cepas APS no son meras bacterias que han pasado por un cultivo y se han encapsulado sin más. Para recibir esta consideración, deben haber superado un proceso riguroso de identificación, validación científica y prueba en estudios clínicos.

En palabras sencillas: una cepa probiótica activa no se elige al azar, ni se utiliza porque “en general es buena para el intestino”, se elige porque se ha demostrado que tiene una función concreta y eficaz. Por ejemplo, reducir episodios de diarrea, fortalecer la microbiota oral, disminuir síntomas asociados a alergias o contribuir al equilibrio digestivo en casos de intolerancias. Y esto no se basa en intuiciones, se basa en datos contrastados.

La función de la cepa, no de la especie.

Uno de los errores más comunes a la hora de hablar de probióticos es generalizar por especie. Seguro que alguna vez has oído eso de: “los Lactobacillus son buenos para el intestino” o “el Streptococcus ayuda a las defensas”. El problema de ese tipo de afirmaciones es que hay muchas especies dentro de un mismo género, y dentro de cada especie, múltiples cepas distintas, y cada una se comporta de forma diferente. El ejemplo más claro sería decir que todos los perros son iguales por pertenecer a la misma especie: obviamente no se comporta igual un pastor alemán que un chihuahua.

De ahí que en los productos con cepas APS aparezca siempre el nombre completo de la cepa, incluyendo el identificador numérico o alfanumérico. Por ejemplo, no es lo mismo decir “Lactobacillus plantarum” que decir “Lactobacillus plantarum 299v”, que es una cepa concreta con efectos ya documentados. Esa “matrícula” genética permite saber cuál es exactamente la cepa que se está utilizando y rastrear sus ensayos clínicos, su origen y la función concreta que se le atribuye.

El respaldo científico como base del concepto APS.

Para que una cepa se considere “APS”, debe haber superado ciertos filtros científicos que garanticen tanto su seguridad como su eficacia. Esto conlleva, por un lado, estudios in vitro (en laboratorio) que comprueban su viabilidad, capacidad de adherencia a la mucosa intestinal u oral, resistencia a los ácidos gástricos o a la bilis, y producción de sustancias como ácidos orgánicos o bacteriocinas. Pero eso solo es el comienzo.

Lo verdaderamente decisivo es que también existan estudios clínicos realizados en humanos, con resultados notables. Es decir, que haya pruebas reales de que esa cepa, en esas dosis y bajo esas condiciones, ha generado una respuesta beneficiosa en personas. Esto es lo que diferencia con muchos productos en el mercado que simplemente indican que contienen “probióticos” sin especificar ni cepa ni función concreta.

Gracias a este enfoque más exigente, el término APS está empezando a consolidarse como un sello de garantía que permite al consumidor saber que lo que está tomando no es simplemente un producto fermentado, es una fórmula desarrollada desde la investigación.

Aplicaciones concretas en salud oral, digestiva e inmunitaria.

Las cepas APS se utilizan en distintos ámbitos de la salud porque sus efectos van mucho más allá del intestino. Una de las aplicaciones más interesantes en los últimos años está en la microbiota oral, una zona que muchas veces se olvida, pero que tiene gran importancia en las defensas del organismo, sobre todo en el tracto respiratorio superior.

Por ejemplo, algunas cepas de Streptococcus salivarius como la K12 o la M18 han demostrado reducir la aparición de faringitis, amigdalitis, otitis media e incluso mejorar la halitosis. Esto se consigue porque estas cepas se instalan en la cavidad bucal, desplazan a bacterias patógenas mediante competencia ecológica y secretan sustancias antimicrobianas naturales. No estamos hablando de un enjuague con menta, sino de una forma de reforzar la primera línea de defensa natural del cuerpo desde la boca.

En el ámbito digestivo, las cepas APS como Lactobacillus plantarum, Bifidobacterium breve o Lactobacillus rhamnosus GG han demostrado ser eficaces en cuadros de diarrea por antibióticos, intestino irritable, hinchazón abdominal o disbiosis tras infecciones. La cuestión aquí no está solo en repoblar, está en modular la inflamación local, ayudar a producir metabolitos beneficiosos como el butirato y favorecer el equilibrio con el sistema inmune intestinal.

Y por supuesto, también hay aplicaciones en situaciones donde la inmunidad está alterada por alergias, intolerancias o estrés. En estos casos, las cepas probióticas activas pueden contribuir a disminuir la respuesta inflamatoria, regular la liberación de histamina o aumentar la producción de IgA secretora, una inmunoglobulina que actúa como barrera frente a patógenos.

Cómo se seleccionan y preparan estas cepas para su consumo.

El proceso de obtención de cepas APS es bastante meticuloso. Todo empieza con la búsqueda de microorganismos que puedan tener propiedades interesantes. Muchas veces se aíslan de personas sanas, alimentos tradicionales fermentados o incluso de muestras naturales específicas. Una vez seleccionadas, se identifican genéticamente, se caracterizan y se conservan en bancos microbiológicos.

Después de comprobar su seguridad (por ejemplo, que no tengan genes de resistencia a antibióticos ni produzcan toxinas), se estudian sus efectos en modelos animales y, si los resultados son prometedores, se pasa a ensayos clínicos. Solo si demuestran utilidad en humanos se consideran candidatas para el uso como APS.

Una vez aprobadas, deben producirse a gran escala sin perder sus propiedades. Esto implica técnicas de fermentación controlada, liofilización (secado en frío) para preservar su viabilidad y envasado en condiciones que garanticen que llegan vivas al consumidor. Aquí también importa mucho la formulación: algunas cepas necesitan un soporte como prebióticos o sales minerales, y en ciertos casos se administran con vitamina D o zinc para potenciar su función inmunitaria.

Los profesionales de Probactis recomiendan siempre fijarse en la cepa concreta que lleva el producto, su origen documentado y los estudios que la respaldan, ya que la efectividad depende directamente de estos factores. Insisten en que este nivel de exigencia es esencial para distinguir un suplemento basado en ciencia  como sus probióticos infantiles, de otro formulado sin una finalidad clínica clara.

APS en población infantil.

Uno de los públicos en los que más se están utilizando las cepas APS es en niños. En este caso, las aplicaciones van desde la prevención de infecciones respiratorias recurrentes (otitis, faringitis, catarros) hasta la regulación del tránsito intestinal o la mejora del sistema inmune durante el primer año de vida. Aquí es especialmente importante que las cepas utilizadas sean seguras, estén bien documentadas y tengan una dosis adaptada a la edad.

Muchos padres piensan que basta con dar yogur para “reforzar la flora”, pero en realidad la mayoría de los productos fermentados no contienen cepas activas con evidencia clínica. Además, algunos probióticos tradicionales no sobreviven al paso por el estómago, lo que limita mucho su eficacia. Las cepas APS están preparadas para resistir esas condiciones y llegar donde tienen que actuar.

También se ha visto que introducir ciertas cepas desde edades tempranas puede ayudar a moldear de forma saludable la microbiota y prevenir alteraciones posteriores. Esto cobra aún más sentido en un ámbito donde el uso de antibióticos sigue siendo muy frecuente en los primeros años de vida, lo que puede desequilibrar el ecosistema intestinal u oral si no se acompaña de una estrategia de recuperación adecuada.

¿Cómo saber si estás eligiendo un buen probiótico?

El etiquetado es la clave. Si al mirar un producto ves que no aparece el nombre completo de la cepa, o no hay ninguna referencia a estudios clínicos o dosificación concreta, probablemente estés ante un probiótico genérico sin un respaldo claro. Por el contrario, si se especifica la cepa con su código (como Lactobacillus rhamnosus GG o Streptococcus salivarius K12), las unidades por dosis, el origen de la cepa y los resultados obtenidos en ensayos clínicos, puedes estar más tranquilo.

También es importante que la formulación indique si hay sustancias que ayuden a preservar la viabilidad del microorganismo (como la liofilización) y que se haya comprobado su resistencia a condiciones adversas como el pH gástrico. Algunos productos van incluso más allá, añadiendo nutrientes que favorecen la acción de la cepa, como minerales, vitaminas o fibras prebióticas.

Y por supuesto, no hay que olvidar que la función del probiótico debe ir en consonancia con tu necesidad concreta. No todos sirven para lo mismo, así que conviene buscar siempre aquellos con una actividad específica ya probada. Justo eso es lo que diferencia a una cepa APS de una cepa convencional: su funcionalidad no se presupone, se demuestra.